Desayunaron todos juntos en la pequeña pieza que servía de cocina y cada cual partió a su respectivo destino. En ese barrio todo era pequeño, las casas, los árboles, los patios que daban a la calle, las ventanas de las casas. El sol comenzaba a calentar el aire.
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El ronroneo de un bus jadeante despertó en mi deseos sexuales. Un borracho cruzó la calle y se estiró bajo la sombra de una acacia. El quiosco en una esquina, presentaba las portadas de los diversos matutinos, en una sinfonía discordante de cabezas, mujeres semidesnudas y titulares incomprensibles.
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Un perro hurgaba en una bolsa de basura, que se había caído de un gancho de alambre atado a un árbol. Las paredes estaban sucias y algunos escritos obscenos, alusivos a una chica del barrio, podían dar pie a la composición de una canción mediocre.
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El asesino observó desde una esquina a su víctima, saliendo de su propia casa, se suponía de que estaba en Punta Arenas y no en esa esquina.
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